Olmo Blanco democratiza
el arte al poner
al alcance de todos antiguas
decoraciones preciosistas
que engalanaban antiguos
palacetes, revestían de dorados
determinados ambientes
u objetos, cerraban con
refinadas rejerías específicos
ámbitos o creaban preciadas
alfombras y zócalos. Lejos de detenerse en el
aparente tejer de un mar de
líneas estridentes o trocitos
de marcas sobre un lienzo,
pasa a denunciar situaciones
obsesivas de restricciones,
imposiciones estándar de la
actual sociedad de consumo,
lo manido entre un original
y la copia, o la eterna batalla
entre lo que es artesanía
y arte.
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